jueves, 14 de septiembre de 2017

Temporadas


Tal vez empezó en el año 1987, tal vez antes. Mar de Ajó, parte de la costa argentina, ese pedazo de infancia.
No fue un verano, fueron todos los veranos durante 10 años donde esperábamos ver el mar, vestirnos de arena en luchas sin fin, encontrarnos con amigos de años pasados, salir de paseo a la noche alzando sapos, ir a los jueguitos de la principal, comprar historietas, hacer sopas de letras, "meterse hasta ahí, hasta las rodillas" donde la ola no te arrastra, coleccionar demasiados caracoles, dedicarnos a la construcción diaria de castillos a base de una meticulosa ingeniería, tomar chocolatadas con los dedos llenos de sal, hundir los pies en la orilla y buscar almejas y mejillones que nunca comí, usar malla enteriza con volados o moños, luego dos piezas y volver a la malla enteriza por pudor a mostrar la panza, efecto directo de la metamorfosis de los años. Jugar a las cartas y escuchar historias de terror los días de lluvias, degustar como si fuera la primera vez y con excesiva solemnidad los manjares clásicos de las vacaciones: pirulines de colores, helados de crema, churros con dulce de leche y licuados de banana en la playa con sol y también con buzo.
Subir un medano, conquistar la cumbre para lanzarnos y rodar, ser pequeños puntos rebotando en la inmensidad del desierto.
Atardecer entre juegos de paleta con el viento que todo lo vuelve difícil y finalmente volver cansados pero no rendidos con la tarea de juntar ramas para el fuego de la parrilla, bueno, más bien ramitas y algunas piñas caídas.
Tal vez todo esto fue Mar se Ajó, un ritual en pleno enero.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario